
El contrato
—¿Así que para todas son diferentes? —preguntó alguien más en la puerta, otra mujer con cabello rubio oscuro hasta media espalda, ojos verdes. Se adentró en la habitación y miró las fotos también. La observé extrañada y se encogió de hombros—. Las estuve escuchando —admitió sin vergüenza.
—¿Cómo que diferentes? —cuestionó una chica pelinegra que me había acompañado desde el principio.
—Sí, diferentes. Tú ves fotos tuyas, ella fotos suyas. Quiero decir —arrancó una foto y la agitó en el aire— esto no debe ser más que un papel en blanco, pero al parecer vemos en ellas recuerdos como nunca los vimos antes. Lo que es bastante interesante —acarició una foto y sonrió con melancolía—. ¿Puedo llevarme alguna? —preguntó al aire.
—No, no puedes —dijo una nueva voz. Todas gritamos excepto la última chica, que simplemente dirigió la vista hacia el sitio del que procedía la voz, tranquilamente. Todas miramos allí y una mujer, sonriente, estaba de pie junto a la puerta compartiendo una mirada fija con la rubia. Me estremecí, sentí un súbito frío helar la habitación—. Qué bueno que ya están todas—murmuró, cerrando la puerta con un suave movimiento de su mano.
Sin tocarla.
—¿Quién eres? —preguntó la cuarta muchacha en el lugar, de piel marfil. Tenía el cabello alzado en una coleta alta de suaves rizos castaño oscuros y la piel de porcelana pintada con unas cuantas pecas que le daban un aire de inocencia y fragilidad. Se notaba que se esforzaba por mantener la calma—. ¿Tú tomaste las fotos?
La mujer vaciló. Era alta y esbelta, con curvas definidas por el ceñido vestido rojo que portaba. Su cabello era negro, al igual que sus ojos, brillantes y llenos de diversión. Su sonrisa se torcía con algo de arrogancia y burla.
—Hmmm, sí. Podrían decir que yo las tomé, Alice —respondió, encogiéndose de hombros.
El color que la chica, Alice, había ganado al ver las fotos, desapareció por completo de su rostro.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Oh, yo sólo sé el nombre de todo el mundo. Alice —la señaló—, Alexis—señaló a la del cabello rubio, luego miró a la joven que me había encontrado antes—, Jillian y, por supuesto, Irisviell —me miró, sonriendo, ciertamente conociendo mi nombre—. Un gusto.
—¿Quién eres? —preguntó Alice de nuevo.
—¿Quién soy? —Repitió ella para sí misma, susurrando—. O más bien, ¿Qué soy?
—No eres un fantasma, ¿o sí? —preguntó Jillian, retrocediendo.
Ella se rió.
—No, no lo soy —nos miró con diversión—. ¿Alguna otra idea?
—Comienzo a creer que eres un ser humano común y corriente —repliqué, aburrida.
—Probablemente un asesino serial —intervino Alice.
—Eres un demonio —por fin habló Alexis. La chica la miró con orgullo.
—Sí, tal vez sea la definición más correcta. O al menos así fue como los humanos me llamaron en el inicio de los tiempos.
Instintivamente todas retrocedimos. Se rió, burlona.
—¡Dios! Hubiera dicho que era un ángel, los humanos no huyen de ellos.
—Perdona, pero jamás he escuchado nada bueno sobre demonios, así que comprende por qué no me emociona estar frente a uno —le respondió Alice.
—Asumiendo que existen —dije, súbitamente incrédula.
Seguro era sólo un sueño. ¿Acaso no me había dormido en el auto? Tal vez no desperté. Esa era la única explicación razonable para tal desvarío.
—¿Y por qué tenemos el gusto de estar frente a un demonio? —preguntó Jillian, sacándome de mis cavilaciones—. No creo que sea casualidad.
Sí, sólo en un sueño estas inocentes chicas caerían de inmediato ante estas insensateces.
—Yo no creo en absoluto que ella sea un demonio —dije con recelo, mirándolas—. Una chica cualquiera se presenta, dice que es un demonio, ¿y ustedes le creen?
Alexis, para mi sorpresa, se rió.
—Si no lo es, lo sabremos pronto —me respondió, mirándola de arriba abajo con desprecio—. ¿Qué quieres? —la cuestionó.
La demonio le devolvió la sonrisa altanera.
—Me llamo Leah —se presentó—, y estoy aquí para hacerles un favor.
—¿Ahora también quieres ser un hada madrina? —se burló Alice, cruzándose de brazos. Bueno, esas dos parecía que no estaban estableciendo una buena relación.
—Yo me consideraría más como un genio —se burló la interpelada. La reacción de Alice no fue buena, palideció.
—Ve al grano, Leah —interrumpió Alexis—. A todas nos esperan en el funeral.
—Como les decía, estoy aquí para hacerles un favor —prosiguió—. ¿Les interesa?
—Primero dinos de qué se trata.
—Entonces les interesa, bien —se dejó caer hacia atrás. Justo cuando estaba a punto de caer al suelo, una silla de respaldo alto apareció de la nada y de pronto ya estábamos en otra habitación. Tenía una chimenea, sofás, y su escritorio. Señaló el sofá—. Siéntense.
Estaba segura que a Jillian le daría un ataque, así que se sentó de inmediato. Alexis también se sentó pero en movimientos lentos, calculando cada mirada de Leah. Alice se quedó de pie detrás del sofá, recargándose tranquilamente contra el respaldo; y yo me dirigí a la chimenea. En realidad, estaba temblando de frío. El calor era relajante, así que permanecí allí de pie.
—Más que un favor, es un trato. En realidad algo injusto porque sólo ustedes ganan —continuó Leah—. Y es que ser un demonio es bastante aburrido así que una vez al año tengo oportunidad de divertirme un poco con los humanos.
—¿Somos como tus juguetes ahora? —replicó Alice.
—Sé que ‘‘ser juguetes’’ puede no parecerles agradable, pero será mejor para ustedes que para mí —se inclinó hacia delante y cruzó sus manos sobre su escritorio—. La realidad es que las pequeñas almas de sus novios están en mis manos, y yo puedo devolvérselas a ustedes.
—No estoy comprendiendo —intervino Jillian, inclinándose al frente con interés—. ¿Quieres decir que puedes traerlos de vuelta?
—Cuando dije que era más como un genio, no lo decía bromeando. Tengo mis límites y no, no puedo traerlos de vuelta —Jillian volvió a recargarse completamente en el sofá, desesperanzada—. Al menos no ahora, pero puedo darles la oportunidad de salvarlos.
—¿Cómo es eso? —pregunté, acercándome un poco más, atraída por sus palabras como una polilla por la luz.
Leah sonrió satisfecha.
—Es algo complicado, y necesito su atención total. Sus novios no están en una buena situación, y ustedes tampoco. Sé que están llenas de arrepentimientos y dudas y, créanme, ellos también lo están —hizo una pausa, mirándonos con atención para analizar el efecto causado en nosotras. A mí, por los menos, me tenía atrapada por completo—. Por eso podrán tener una segunda pequeña oportunidad, dos semanas para reparar todo o perderlos de nuevo.
—Creo entender a dónde quieres llegar —asintió Alexis, manteniéndose estoica—. ¿Cuáles son las condiciones?
—Yo no entiendo —reconoció Alice.
—Regresarán dos semanas, a una fecha que fue importante para ustedes, y tratarán de reparar las relaciones disturbias que tenían.
—Perdona pero mi relación no era disturbia —se quejó Jillian—. Era perfecta.
—Sí, lo era, pero tenías planes que no llegaste a completar. Puedes hacerlo ahora. ¿Lo quieres o no?
—Por supuesto, lo que sea para que él esté bien —respondió sin vacilar.
—Cuidado con lo que dices —la previno Alexis en un siseo.
—¿Cuál es el precio? —cuestioné, caminando hasta situarme junto a Alice—. Estoy segura que hay un precio.
—Lo hay —asintió ella— pero yo no lo sé, eso depende de lo que ustedes hagan.
—¿Quieres que te ofrezcamos algo?
—No —dijo Alice, entrecerrando los ojos—. Se refiere a que el precio se pagará con el tiempo. ¿O me equivoco?
—No lo haces. Efectivamente, así será. Algo perderán a cambio de lo que están recuperando. ¿Qué es? Ni siquiera yo lo sé. Bajo mi percepción diría que lo peor es que no fueran capaces de salvarlos pero para algunos humanos la muerte no es el peor de los fines —se encogió de hombros—. ¿Qué sé yo? Ni siquiera puedo morir, así que no sabría decirles.
—Por supuesto que hay cosas mucho peores —aseveré—. ¿Qué más ofreces?
—¿Qué más? —repitió con ironía—. ¿¡Qué más!? Creo que les estoy dando más de lo que merecen. ¿Lo quieren o no?
—Simplemente… ¿Volveremos y ya? —cuestionó Jillian con voz temblorosa.
—¿Lo quieren o no? —repitió Leah sin paciencia.
—Sí —dijimos casi todas.
—No —dijo Alice en cambio. Todas la miramos, sorprendidas—. ¿Qué? cuestionó—. Esa… Leah se llamó a sí misma algo como un genio. Ellos son seres horribles, ¿que no lo saben? Te dan lo que creías desear pero te hacen arrepentirte hasta las entrañas —la miró seriamente—. Hacen lucir tu vida perfecta tal y como era. Yo no quiero perder nada más.
—Eso es tan… egoísta —soltó Jillian, exaltada—. Alice, ¡ellos pueden regresar! Podemos hacer las cosas mejor, evitar llegar hasta aquí. ¿En serio lo desaprovecharías?
—Por supuesto que lo haría —dijo Leah, sonando burlona—. Ella no tiene interés en hacerlo volver, ¿o es que me equivoco? —salió de detrás de su escritorio y comenzó a caminar hacia nosotras, hacia Alice en particular. La miraba fijamente, con la clase de mirada que puede leer todo de ti. Hasta este momento había parecido algo agradable e incluso juguetona, pero justo ahora, lucía peligrosa—. Estás tan herida —murmuró irónica, sarcástica—, tan decepcionada de él. Te hizo daño y de una forma que juraste que no perdonarías a nadie. Tienes tanto odio dentro de ti que preferirías que se quede donde está justo ahora que tener que sacrificar nada más para salvar algo que para ti ni siquiera vale la pena.
A pesar de sus palabras, Alice no se inmutó. Permaneció de pie donde estaba hasta que Leah llegó frente a ella y se miraron cara a cara. Miré a Alice, sorprendida. ¿En serio era así? Ninguna persona, al menos no en mi opinión, rechazaría la oportunidad de salvar a nadie.
—Te equivocas —le respondió con calma— así no es como pienso. Tú no puedes saber mis pensamientos ni saber cómo me siento, y estás equivocada.
—¿Lo estoy? ¿Y cómo es que no has derramado ninguna lágrima por él? Ni siquiera puedes poner una expresión de tristeza convincente en tu rostro, no pareces perturbada por la idea de su muerte, ¿acaso te alegras? Una suerte, ¿no? No tener que lidiar con sus molestas llamadas y sus inútiles disculpas.
Alice tragó saliva, tensa.
—Te equivocas —repitió— no sabes nada acerca de lo que siento. ¿Cómo podrías? No eres humana, no puedes entendernos. Sólo juzgas en base a lo que vez y mi falta de llanto no es lo que interpretas.
—Tal vez me equivoque en los detalles, pero sé a ciencia cierta que son personas horribles. Todas ustedes —comenzó a dirigirse a nosotras de nuevo—. Si estoy aquí es porque, como les dije, ni ustedes ni ellos están en una buena posición en este momento. Sus sentimientos de traición y culpabilidad mutua los están hundiendo, condenando.
>>Jillian —la llamó, mirándola y tomándola por sorpresa. La chica pareció hacerse diminuta ante al mirada del demonio— tu relación era perfecta, al menos cuando él dejaba sus necedades y te escuchaba —resopló—. ¿Esos sueños que tenía? Estúpidas insensateces. No, él tenía que escucharte, hacer lo que le decías. Porque una carrera en las artes no es una carrera, ¿Cierto? Lástima que se dio cuenta a tiempo de lo que hacías y decidió alejarse de ti —Jillian iba a replicar pero la chica no le dio oportunidad siquiera. De inmediato, se volvió hacia su siguiente víctima.
>>¡Y Alexis! Por Dios, tú fuiste la peor de las cobardes, ¿no es cierto? Te faltó fe. Fe en él, fe en ustedes. Qué lástima, el pobre se fue pensando que su relación era una carga para ti. Pensando que te arruinó por completo, que terminó destruyéndote de la forma que siempre se juró que no haría, intentando protegerte de la última cosa que fue capaz.
Alexis apretó los puños con fuerza, las expresiones en su rostro eran insoportables de ver. ¿Acaso estaba leyendo bien sus emociones? ¿O estaba equivocada con sus palabras? Entonces, Leah se volvió hacia mí.
—Y tú, Irisviell Kim —tronó la lengua con decepción—. Bonita, rica, pero igual de cobarde. Lo perdiste porque no pudiste apostar por él, no te atreviste a luchar por él. No soportas la idea de perderlo pero no sabes que hace mucho tiempo que ya no lo tienes; lo perdiste en el momento en que fingiste no sentir algo real por él. Jamás fuiste honesta y justo ahora el pobre siente que la culpa es suya. ¿Sabes cuántos años vivió lamentándose por obligarte a estar con él, por haberte atado a él? Pensaba que eras infeliz y que sufrías, todo porque no hiciste nada para aclararle las cosas.
>>Todas ustedes cometieron errores, su falta de honestidad los llevaron hasta el lugar en donde ahora están. ¿No es así Alice? —la miró—. ¿No fue tu culpa que él muriera? Si tan sólo te hubieras detenido…
—No fue mi culpa —se defendió, finalmente rompiendo el silencio en el que nos había sumido a las cuatro—. ¿No crees que ya he pensado en eso? Creí que sí, que pudo ser a causa mía, que debí… pero no, no cambiaría nada si yo…
—¿Lo escucharas? ¿Si los distrajeras de estar en ese lugar en ese momento? Bueno, ¿pues sabes algo? Nunca lo sabrás, porque está muerto y no quieres hacer nada para evitarlo.
—Es suficiente —intervino Alexis, recuperando su voz—. Déjala ya, si no quiere hacerlo puedes parar con ella y seguir hablando con nosotras.
Leah se encogió de hombros.
—No puedo. Si una no lo hace, esto acaba para todas. Es un juego de cuatro o cero —confesó.
Jillian se volvió hacia Alice con desesperación.
—Tienes que hacerlo —le rogó, juntando sus manos en una plegaria—, aunque sea por nosotras Por favor, no puedes decir que no. Y si lo salvas, tal vez las cosas mejoren. Tal ves ustedes…
—¡No puedo! —casi gritó, negando con la cabeza—. No puedo, yo… yo me prometí que nunca perdonaría una traición, no podré hacerlo —su voz se cortó, y por un instante creí que lloraría, pero no lo hizo. Sus ojos permanecieron secos, y recordé las palabras de Leah momentos antes. ¿Era verdad que ella no había llorado en lo absoluto?
—¡Pero está muerto! —gritó Jillian de vuelta, alterada—. No se trata sólo de ti. Danos una oportunidad a nosotras también. Te lo suplico, Alice. Al menos piénsalo un poco, no digas que no sólo porque es tu instinto.
Alice miró a Alexis, quizá buscando algo de ayuda, pero la aludida encogió un hombro y habló con excesiva calma.
—Yo no te voy a rogar, pero Jillian tiene razón. Es un juego de todo o nada, y te necesitamos.
—Aquí tienen —dijo Leah, agitando las manos y haciendo que unas hojas apareciesen en nuestras manos. Las señaló— ahí está todo. Les daré privacidad. Convérsenlo y volveré a ver qué decidieron.
Dicho eso, se esfumó. Nada mal para mis sueños, punto extra para mi imaginación. Desconcertada, miré los papeles, leyendo el encabezado.
Fruncí el ceño.
—¿Es un contrato?
—Es verdad, tenemos que ser todas o ninguna —dijo Alexis, leyendo la primera hoja—. Y debemos permanecer en contacto con las demás.
—Nadie además de nosotras debe enterarse o fin del juego —añadió Jillian.
—Son trece días atrás a partir del día en que murieron —proseguí—. Empezando el 13 de diciembre a la hora en que el contrato sea firmado.
—El objetivo será no sólo evitar que mueran, sino arreglar las cosas —Alice suspiró—. ¿Significa que tendré que perdonarlo?
—La alternativa es dejarlo morir —replicó Jillian entre dientes.
Alexis se rió ante su tono resentido.
—Dice que volveremos a un día importante, una encrucijada. Quién sabe, quizá podamos evitar que todo se vaya al carajo desde un principio.
—Eso explicaría la cosa sobre el precio —añadió Alice.
La miré sin comprender.
—¿Qué quieres decir?
Ella se tomó su tiempo para intentar ponerlo en palabras.
—Es la cosa con ir al pasado, ¿sabes? Está en todas las películas y los libros. Si regresas y haces un cambio, por mínimo que sea, podría cambiar el curso de todo lo que conocías hasta el momento. La regla número uno de los viajes en el tiempo es no modificar nada que pueda causar un desastre, pero eso es justamente lo que estaremos haciendo. Vaya, pues, que cambiarlo todo es nuestro único objetivo.
—Inevitablemente alguna de las decisiones que nos trajeron aquí han tenido otras consecuencias, buenas y malas, que vamos a perder —resumió Alexis.
Jillian se mordió el labio.
—¿Y eso puede ser muy malo?
Alice suspiró.
—Siempre que pienso en eso recuerdo el Flashpoint y como la hija de su amigo se volvió ‘hijo’ de pronto. En la serie, al menos.
Alexis se rió, soltó una auténtica risa, contagiándonos. Porque, supuse, todas entendimos la referencia.
—Sí, cosas así pueden suceder —dijo después de tomar un respiro.
—Son demasiadas cosas —murmuré, recuperando la compostura—. ¿De verdad podremos hacerlo? Ni siquiera sabemos las consecuencias que puede traer.
—Yo estoy dentro —respondió Jillian—. No me importará si al final hay que renunciar a algo, al menos tengo que intentarlo. Yo puedo vivir así, pero Leah no me dio esperanzas sobre él —bajó la voz—. ¿En verdad ella tendrá su… ya saben… su alma?
—No puedo saber cómo funciona el mundo de los muertos —respondió secamente Alice, que seguía leyendo hasta las letras pequeñas.
—¿Lo harás, verdad? —le pregunté.
—¿Tú quieres? —me cuestionó, mirándome por entre sus pestañas.
Dudé un momento pero luego asentí.
—Yo realmente no tengo nada que perder —reconocí.
—No digas eso —me reprendió Alexis—. No te ofrecerían este trato de ser así.
—Eso es lo que me hace dudar, precisamente. No me emociona hacer este tipo de tratos —Alice agitó la cabeza—. Sin embargo, ¿tengo opción? Sé que me arrepentiré mi vida entera si no lo hago.
—¿Alexis? —pregunté. Ella respondió de inmediato.
—Por supuesto, a la mierda el destino.
—Entonces… —Leah volvió a parecer de la nada, con una sonrisa amplia, triunfal—. ¿Tenemos un trato?