El reflejo que me mostraba el espejo me parecía ajeno. No me reconocía en él.

No se trataba sólo del vestido pomposo, o la tiara. Era yo.

Era toda yo.

–Estás lista, ¿princesa? –preguntó la reina Inyssa, de pie detrás de mí con una dócil sonrisa.

–Ya casi –respondí, inhalando profundamente.

–Claro, la hermosa princesa Kathryn no puede llegar tarde a su propia fiesta –musitó Amely, sentada sobre la cama, haciendo girar la corona de su madre con los dedos. Yo miraba la escena de la habitación a través del espejo de cuerpo completo en la esquina de mi recámara–. Como si no hubiera alguien más que pueda tomar su lugar.

La reina le dirigió una mirada severa.

–Ames…

–No empieces –musitó la aludida, alzando la mirada para ver a su madre. Resopló, dejando la corona sobre su regazo–. Mamá, estoy bien –la escuché repetir por milésima vez– han sido semanas sin que tenga un ataque, no hay que temer por mi vida, ya no. Así que esto –me señaló– es innecesario.

–Eso es un milagro, hija. Esto –dijo la reina, señalándome también– es un respaldo.

–Emeraude debió haber encontrado una forma –repuso Ames con entusiasmo– alguna manera de protegerme. Además mi padre hizo un trato y…

Inyssa se preparó para replicar, pero la interrumpí a toda prisa.

–Mamá –dije con calma, girándome para verla de frente–. ¿Puedes darme un minuto con mi hermana, por favor?

Inyssa inspiró con fuerza, pero asintió.

–Iré a ver si su padre está listo.

Tomó su corona de manos de su hija y se marchó.

Amely me miró con una ceja alzada.

–¿Tu hermana? –repitió con incredulidad.

Suspiré, alzando el bajo de mi vestido para acercarme a la cama. A pesar de esas últimas semanas en el castillo, aún no me acostumbraba a los enormes vestidos que debía usar.

–Ames…

–No me llames así –espetó la princesa.

Volví a suspirar, remojándome los labios con la lengua como hacía cuando estaba exasperada pero intentaba controlarme.

–Amely, te lo ruego –susurré, recuperando la paciencia. La miré casi con desesperación– sé que no te agrada nada de esto, y a mí tampoco. Cielos, si lo piensas quizá soy la menos feliz con esto. Ni siquiera puedo usar mi propio rostro… pero es mi única oportunidad –Amely suavizó su expresión, mirando la situación desde los ojos de su ‘hermana’, desde mis ojos–. Tú puedes darte el lujo de mostrarte huraña y hacer tus brillantes y agudos comentarios; sin embargo, si yo me niego…

–Kathryn, ¿entiendes que siento que traiciono a mi verdadera hermana? –dijo Amely con tristeza.

–Me matará, Amely –declaré, sin mostrar todo el miedo que sentía ni dejarme conmover por sus palabras. No tuve necesidad de aclarar a quién me refería: ella lo sabía–. A ti no, porque te ama. Pero mató a mi padre, se deshizo de su hermano, incluso mataría a Emeraude en un parpadeo y sin dudar si tuviera la oportunidad. ¡Casi lo hace! –exclamé–. ¿Quién soy yo para no temer lo mismo? Nadie –espeté, antes de que Amely me pudiera interrumpir– este castillo, esta farsa –señalé el vestido para enfatizar–; todo esto me mantiene con vida. Y con una vida que no me hace llorar sola por las noches.

Fui a sentarme en el borde de la cama, colocando mis manos con cuidado sobre la cobija, cerca de las suyas, en un intento de demostrar mi intención de ser su amiga… eventualmente.

–No estoy de acuerdo con nada de esto, no lo disfruto. Pero si tengo que hacerlo para sobrevivir, lo haré.

Amely me miró con desconfianza, así que continué.

–Haz esto por mí, te lo ruego. Y estaré en deuda completa contigo. Sólo esta tarde, Amely. Lo que quieras, cuando quieras, lo haré. Por favor.

–Si me pasa algo –dijo Amely, con ojos entrecerrados– Emeraude podrá reclamar ese favor en mi lugar.

Asentí fervientemente.

–Así sea –juré.

Amely rodó los ojos pero asintió.

–Bien –aceptó.

Le sonreí con picardía, pensando en añadir algo que la convenciera aún más.

–Además, ya no eres la primera candidata al trono –puntualicé. Me estiré para tomar su mano, que llevaba repleta de anillos–. Eso significa que ya puedes escoger con quién casarte –susurré, girando entre mis dedos su anillo más sencillo, de oro blanco con una piedra azul al centro–. Al fin podrás hacer algo sobre esto.

La expresión de Amely se suavizó, y miró el anillo con algo parecido a la melancolía.

–¿Cómo lo supiste? –preguntó en un susurro.

Me encogí de hombros.

–Todos tus anillos son dorados, excepto este –expliqué–. Pero, sobretodo, porque juegas mucho con este anillo cuando estás perdida en tus pensamientos.

Envolví su mano en la mía por completo.

–Usa esta oportunidad Amely. Úsame. Si ellos me trajeron aquí para sustituir a tu hermana, aprovéchate de eso. Hazlo una ventaja. Eres una princesa Amely, debes saber jugar con tus cartas.

Amely me miró a los ojos, y noté cómo procesaba mis palabras. No había sido la mejor anfitriona del mundo, pero Amely era una buena persona. En medio de todo este caos, al menos ella merecía ser feliz. Tanto tiempo como pudiera.

–No tienes una vida larga para desperdiciar –me atreví a decir.

Ella asintió, y me sorprendió que no le afectaran mis palabras. Era algo que ella ya sabía y que había aceptado, pude notar.

Tomó un profundo respiro, y soltó el aire de golpe.

–Bien. Levántate, es hora de tu presentación.

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